Cuando hablamos de galera, no nos estamos refiriendo a esa parte del vestuario de los hombres del siglo XIX, los también conocidos como sombreros de copa, ni de los barcos medievales, sino al medio de transporte terrestre de mediados de ese mismo siglo y principios del siglo XX, que era tirado por entre 2 a 4 yuntas de caballos.
Ya habíamos visto en una anterior publicación, lo que eran las Postas, su función y cómo eran atendidas en líneas generales.
Como al pasar, habíamos mencionado entonces, este medio de transporte, muy similar a una diligencia, aunque algo más liviana, al parecer.
Cumplía funciones de medio de transporte de pasajeros rápido, algo más caro, y con capacidad para llevar correspondencia urgente, ante la falta del futuro y modernísimo telégrafo.
A más yuntas de caballos, más veloz era el transporte, y si éste era liviano, o el conductor era inexperto, y el transporte era una galera, el peligro de vuelco, siempre estaba presente.
CÓMO ERA LA GALERA
Imaginemos una caja o cajón de más o menos 1,30 metros de ancho como promedio (podía ser algunos centímetros más angosta, o más ancha), por unos 2 metros a 2,5 metros de largo, y entre el piso de esta caja y su techo, no más de 1,5 metros de alto.
Dos puertas, una a cada lado. Ventanita en cada puerta, y una ventanita a cada lado de las puertas.
Dos “asientos” de tablas, sin más respaldo que la “pared” del frente y la del fondo. Sin luz interior, salvo la del sol que entrase por las ventanitas (que podían o no, tener vidrio o cortinillas).
Asientos acolchados, reclinables… ¡Olvídenlo! Ya era todo un lujo viajar en esos vehículos “tan veloces”.
El conductor iba al frente, afuera, con apenas una protección de madera de los lados, no así del frente. Iba expuesto a todos los elementos meteorológicos (lluvia, sol, calor, frío, viento, viento con tierra, granizo…), y a los “elementos” equinos.
Sobre el techo iba el equipaje, lo mejor atado posible, para que no se cayera o volara con los sacudones o la “gran velocidad” alcanzada.
La velocidad de una galera, hoy nos sería imposible definir, y habría que medirla en base a la cantidad de caballos en yunta que tuviera. Además, todo dependía del estado de los caminos, huellas o “rutas” de la época. La transitabilidad, como en todas las épocas, lo era todo.
Imaginemos ahora, el viaje estando en su interior, y teniendo en cuenta las dimensiones de la caja: si iban cuatro adultos, la distribución de los mismos, era por tamaño y peso aproximados, para mantener equilibrado el vehículo, así que, si viajaban dos hombres y dos mujeres, por sus contexturas, los hombres podrían o viajar uno al lado del otro, y las mujeres lo mismo, o bien configurando una “X”, esto es, un hombre-una mujer y una mujer-un hombre.
Volvamos al problema de las dimensiones interiores y la incomodidad del viaje en esos asientos tan rústicos y duros, donde al cabo de un buen rato, los viajeros empezarían a buscar posiciones más cómodas en sus nalgas doloridas.
El cruce de piernas sería inevitable, al estirarlas y contraerlas cada tanto, para lograr grados de comodidad parcialmente aceptables.
Para olvidar las penurias de ese “veloz” viaje tan incómodo, habría que buscar conversación, como el presentarse, y ver de qué hablar, hacia dónde iban y por qué, de dónde eran, etc., mientras la distracción verbal iba atenuando las penurias del viaje.
Los hombres, por su vestuario, no tendrían mayores problemas para ubicarse y sentarse donde les tocare. El problema sería más para las damas, con sus polleras abultadas, de varias enaguas que, aunque eran parcialmente una bendición para estar sentadas, porque de alguna manera “acolchaban” el duro asiento, no dejaban de ser un doble problema en un ambiente tan apretado: tantas capas de tela generarían calor, y por otro lado, el problema de acomodar tanto vestuario en tan reducido espacio.
LAS RUTAS DE GALERA
En el libro “Primer y segundo viaje a Misiones” de Juan Bautista Ambrosetti, en su Capítulo XV (año 1893), nos cuenta que su galera que salía de Posadas con destino a Santo Tomé (Corrientes), lo hacía a las 06:00 horas, bien temprano a la mañana.
Un par de párrafos más adelante, nos cuenta más acerca de las rutas de galera, y textualmente dice:
“Pasamos por las ruinas de San Carlos y fuimos a dormir a la excelente posta de Playadito, situada cerca de las ruinas de Apóstoles, de donde sale otra galera en combinación con la de Posadas que va hasta Concepción.
“Al día siguiente a las 6 después de tomar un mate y un buen café, seguimos viaje hasta llegar a Santo Tomé a las 3 de la tarde, después de pasar el arroyo Ita-cuá,…”
Desglosemos:
Existían dos rutas de galeras, y aparentemente, también dos galeras.
Una ruta hacía el recorrido Posadas – San Carlos – Playadito (hoy Colonia Liebig o cercanías, tal vez algún punto de la actual Ruta Provincial N° 71 de Corrientes) – Santo Tomé, y retorno.
Otra ruta hacía el recorrido Posadas – San Carlos – San José – Apóstoles – Concepción de la Sierra, y retorno.
¿Qué habrá motivado que se detuvieran a mitad de camino en Playadito para salir recién al otro día? No lo sabemos, porque el mismo Ambrosetti no lo dice claramente, aunque aparentemente, la que llegó a Playadito, los dejó allí, volvió sobre sus pasos y retomó hasta San José y luego a Apóstoles, y luego volvió a Playadito haciendo todo el recorrido previo.
Tengamos en cuenta que el antiguo puente post-jesuítico de 1792 sobre el Chimiray, con seguridad haría mucho tiempo que ya no existiría, y que el puente que hoy conocemos que une a Apóstoles con Colonia Liebig, todavía no se había construido, razón por la cual, se debía hacer todo ese recorrido, llevar pasajeros y/o correspondencia hasta la Posta de Apóstoles, y desde allí, la mencionada combinación hacia Concepción.
Probablemente, las galeras no transitaban el mismo recorrido todos los días de ida y vuelta, por ser sólo dos, así que, si podían hacer un “empalme” para combinar movimiento de gente o de correos, lo harían, aún con perjuicio de perder más de medio día de viaje para los viajeros con otro destino.
Por su parte, tenemos en el libro “El origen de la colonización eslava en Misiones” de Graciela Cambas y Alejandro del Valle, donde vemos la fotocopias y las transcripciones de las cartas del Gobernador Juan José Lanusse al Ingeniero Carlos Lencisa, a la sazón, primer Juez de Paz de Apóstoles desde 1895, y primer Administrador de Colonias desde 1897, dichas cartas mencionan una y otra vez la galera y su función de transporte de pasajeros y correos rápidos.
Las rutas y el movimiento de las galeras dependía mucho de la meteorología reinante. Si llovía mucho, sencillamente no salía de donde estuviera, y si le encontraba la lluvia a mitad de camino, se seguía hasta la Posta más cercana. Si había barro en esos caminos o huellas, aunque hubiera sol, la galera no salía, y su conductor esperaba noticias al respecto del estado del suelo, por parte del chasqui, que sí se podía movilizar a pesar de todo.
Algo similar sucedía si luego de intensas lluvias, los arroyos sin puentes que tuvieran que cruzar estaban crecidos, simplemente esperaban a que bajara su caudal, desaguando en afluentes mayores, y entonces sí realizaba su recorrido y frecuencia normales.
La existencia del servicio de galeras se extendió en Misiones hasta la llegada del ferrocarril. Recordemos que el tren llegó a Apóstoles en 1909. En 1911 llegó a lo que actualmente es Villa Lanús, y recién en 1912 llega a Posadas.
En otras palabras, el uso de la Galera entre Apóstoles y Posadas estuvo vigente hasta 1912, mientras que quienes quisieran ir desde Apóstoles hasta Santo Tomé, por ejemplo, ya no debían tomar más la galera, sino que en la misma Estación ferroviaria de Apóstoles, en 1909 podían hacerlo, prescindiendo de este antiguo medio de transporte. Lo mismo sucedía con los posadeños que quisieran viajar en tren, entre los años 1909 y 1912, aún debían tomar la galera en Posadas con destino a Apóstoles, y luego en Apóstoles abordaban el tren.
Es así que la galera tuvo su auge pleno, entre la época de la guerra de la Triple Alianza (1860-1865) hasta la llegada del ferrocarril a Posadas (1912), pero fue desapareciendo paulatinamente.
El hecho de que se suspendiera en 1912 el servicio de galeras entre Posadas y Santo Tomé, no la hizo desaparecer del todo, porque el colectivo aún no había llegado a Apóstoles (del cual hablaremos en algún momento), con lo que el servicio de galera, con frecuencia casi diaria, entre Apóstoles y Concepción continuó algunos años más.
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