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Los cuatro cementerios de Apóstoles. Por el Lic. Jorge Rendiche

Sí, cuatro. ¿Qué sólo conocen uno? Pues no. Estamos hablando de historia, de la historia necrológica de los “campos santos”… del “campito”.

Hablar de los cementerios, es hablar de un orden histórico, cronológico, del lugar de descanso final, en este caso, de Apóstoles.

El primer cementerio fue jesuítico. Cuando se funda Santos Apóstoles Pedro y Pablo en 1652, el pueblo tenía como todos los pueblos jesuítico-guaraníes, una plaza mayor central, y frente a ésta, como al medio, el templo o iglesia. Recordemos que todos los pueblos tenían una orientación según los Puntos Cardinales, y el Atrio o entrada de la iglesia estaba hacia el Norte, mientras que el Altar estaba hacia el Sur.

Vista la iglesia de frente, desde el Norte hacia el Sur, en el caso particular de Apóstoles, el cementerio que siempre se hallaba a un lado del templo, lo veríamos a la izquierda, mientras que hacia la derecha veríamos un patio, la Casa de los Padres, el Refectorio o comedor, el colegio, otro patio, los talleres…

Sí, al revés de San Ignacio, que el cementerio, visto de frente está a la derecha, al igual que en Santa Ana, en Apóstoles estaba a la izquierda.

Este cementerio nació con el poblado (1652), siguió vigente después de la expulsión de los jesuitas (1768), sirvió para sepultar a los combatientes locales de la Batalla de Apóstoles (1817), y continuó en uso hasta más o menos 1830.

La población local, que tras la época artiguista quedó sola y a la deriva, se reubicó fuera del pueblo jesuítico, y al hacerlo, se fue moviendo por lo que hoy son diversos barrios de Apóstoles (hay un trabajo de investigación del Prof. Lic. Esteban Snihur al respecto, sobre la evolución urbana de Apóstoles durante el siglo XIX).

El primer cementerio estaba ubicado en orientación Norte – Sur desde más o menos la mitad de la plazoleta hoy conocida como “Sitio Histórico” frente al estadio de fútbol “General Belgrano”, y un poco más allá de la calle Suipacha (donde está el monumento a Andrés Guacurarí), hacia la calle Belgrano.

Así es que, para 1830, habría sido abandonado el uso del primer cementerio y comenzado a funcionar el segundo cementerio, en lo que es la actual zona de contacto entre el barrio Las Ruinas y el Barrio Illia (el famoso “tacuaral”, como punto de referencia).

Cuando a finales de los años ’80 se iniciará la construcción del barrio tipo IPRODHA “Illia”, se deben hacer terraplenados de superficie para poder inicio a la excavación de los cimientos, apertura de calles, etc., y los maquinistas se encuentran repentinamente con un cementerio que había sido prácticamente olvidado por muchos, el segundo cementerio. Hoy vemos en la intersección de dos calles, donde se produce el límite entre los barrios Las Ruinas y el Illia, una gran cruz con cruces y lápidas metálicas soldadas a su estructura, como homenaje a aquel cementerio y sus “residentes”.

Según he podido escuchar y leer un relato, ll conocido y ya fallecido “huesero” o “arreglador de huesos”, don Tutak, ante la paradógica situación de que nadie sabía qué hacer con los restos óseos de los yacientes del cementerio, se ofrece a tomarlos en custodia, siempre y cuando los colocaran en cajas, para su respetuoso y cristiano mantenimiento. Sería bueno que alguno de los lectores lo confirme realmente.

¿Quiénes estaban sepultados aquí? Pues, mucha gente que se había quedado a vivir aún después de la batalla de Apóstoles y las invasiones portuguesas. Había guaraníes, gauchos (¿recuerdan la publicación sobre las clases de gauchos que vivían en Apóstoles durante el siglo XIX?), algunos inmigrantes espontáneos, ex soldados dados de baja tras finalizar la Guerra de la Triple Alianza. Y junto con esta gente, en algunos casos, las familias que habían logrado conformar (los invito a repasar el artículo sobre los Censos Nacionales). Esta gente, vivía sin ley, y todo lo resolvían a punta de cuchillo, de facón. Los que perdían la “discusión” en el “entrevero”, iban a parar a este cementerio, al igual que gente que se podía morir por cualquier otra causa (picaduras de víboras, enfermedades, accidentes, vejez, etc.). Aún con la creación del Juzgado de Paz en 1895 y una comisaría de la Policía Territorial con Comisario, Oficiales y Agentes, todavía se resolvían algunos casos a punta de arma blanca, así que había difuntos de toda clase ocupando este “campo santo”.

Este segundo cementerio, se utilizó hasta 1913, aunque ya un par de años antes (1911), el señor Nicolás Olexyn dona a la entonces Comisión Municipal (aún no era Municipalidad) un predio de 4 hectáresas del Lote 230 destinadas a ser utilizadas como nuevo cementerio urbano y rural de Apóstoles, que pasará a ser administrado a partir de 1913 por la Municipalidad de Apóstoles hasta el día de hoy. Ubicado sobre Avenida San Martín. Con los años, se le sumaron además de tumbas, criptas familiares, tumbas “raras”, nichos, osario, primero una capilla pequeña, que en el segundo período de gobierno de José Cura fue agrandada.

Por último, el cuarto cementerio, no es público, sino privado. Se encuentra ubicado al ingreso de Apóstoles, sobre la Ruta Provincial N° 1, frente al Barrio Jardín Primavera. Muy bien equipado, con capilla y hasta un crematorio. La idea era que fuese lo que se denomina un “cementerio parque”. El mismo tiene varios “inquilinos” permanentes, pero la pandemia y algunos problemas administrativos, han llevado a que el lugar parezca abandonado, donde crece desmesuradamente el pasto y la capuera, y ojalá pronto se lo vuelva a parquizar, no sólo por su estética, sino también por respeto a quienes allí descansan.

No debemos olvidar una cosa: todo cementerio en uso, cementerio en desuso, o ex cementerio, es y debe ser considerado siempre como “Tierra Sagrada”, no importando la religión de sus usuarios que allí yacen en paz eterna, o sus deudos. La historia y el uso que se le dé al lugar, se merecen el mismo respeto siempre, aún cuando ya no hayan restos palpables, o se haya destruido el lugar para construir sobre él. Se lo considera así, por la memoria y el alma de quienes fueron sepultados allí en algún momento, aunque jamás los hayamos conocido personalmente.



 

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