Los polacos y ucranianos que arribaron entre 1897 y 1914 a Apóstoles, primero, y luego al resto de lo que por entonces era el Territorio Nacional de Misiones, no eran precisamente, gente LIBRE en las tierras de donde provenían.
Polonia estaba invadida y ocupada por el Imperio
Austro-Húngaro, mientras que Ucrania a su vez, lo estaba por el Imperio zarista
ruso.
Estos dos imperios, técnicamente, no tenían ESCLAVOS,
sino que lo que tenían eran SÚBDITOS SIERVOS. Lo de SIERVOS, era una manera
elegante de tapar una cruda realidad, la esclavitud a la que estaban sometidas
esas naciones invadidas.
Para ello, en este artículo, nos remitiremos brevemente
a obras, autores, circunstancias y tradición oral, que nos ayudarán a explicar
con mayor claridad y exactitud esta afirmación, acerca del estado de situación
de estas dos naciones eslavas, y luego explicaremos el por qué del título del
presente escrito.
Entre los años mencionados en el primer párrafo, aún
existía el Imperio Austro-Húngaro y el Ruso zarista. En el primero, ya habían
habido varios alzamientos violentos por parte de los pueblos de las naciones
ocupadas por las potencias imperiales de la época, y siempre por el mismo
motivo: recuperar la libertad en todo el sentido de lo que la palabra en
cuestión significa desde siempre.
Los insoportables niveles de opresión económica,
social, cultural, religiosa, de las libertades sociales e individuales, la
constante inseguridad de nuevas guerras contra los imperios vecinos -guerras
entre parientes de la realeza, no olvidemos que todas las Casas Reales europeas
estaban emparentadas entre sí-, llevaba a vivir en una constante situación de
miedo.
Según contaban mi abuelo materno y uno de sus
hermanos, que cuando vivían en su aldea de Polonia, y eran niños aún, la aldea
tenía sus pocas calles empedradas o adoquinadas, lo que aumentaba el ruido de
los cascos de los caballos, pero que era muy particular el de los caballos del
ejército imperial, que al estar herrados, emitían un sonido muy particular y
fácilmente identificable, con respecto los caballos de los aldeanos, que no
estaban herrados. Su madre los escondía
presurosa bajo la cama matrimonial, y todos ellos temblaban de terror. Contaban
que tenían prohibido mirar de frente a los oficiales y soldados del Imperio, y
tampoco podían hablar (responder, en realidad) si no se les hablaba o
preguntaba, y mucho mirarles a los ojos. Si se trataba de un oficial o quien
fuese, con algún rango, debían arrodillarse o postrarse y mirar al piso, con
absoluta sumisión.
Hoy en día, y luego de
algunas décadas de haber escuchado esas anécdotas, y tras leer los escritos con
crítica basada en la total ignorancia de las situaciones de vida, de las malas
experiencias con que cargaban los inmigrantes, las observaciones de F. de
Basaldúa en su libro “Pasado, presente y porvenir del Territorio de Misiones”
en 1901 sobre las actitudes sumisas y de postración de los inmigrantes ante el Gobernador
Juan José Lanusse. Antes de haber escrito esas palabras tan hirientes para uno
y otros, debió haberse preocupado por averiguar por qué lo hacían, y tal vez se
habría “tragado” sus palabras, tan cargadas de odio contenido, pero que sin
querer, nos terminan confirmando esta situación de vida, que los inmigrantes
llevaban “a cuestas” tras generaciones de opresión semi esclava, y que aún tras
emigrar, la seguían viviendo, porque no sabían hacerlo de otra forma, y porque
era la única que conocían de toda su vida.
Como el libro no tenía por
objeto hablar de políticas inmigratorias, decide agregar un Apéndice denominado
“Despoblación de Misiones. Tendencias funestas del clericalismo Oficial”,
denostando el proceso inmigratorio. Ya en la primera página habla de que la
colonia Apóstoles le significa un gran costo con ingentes sumas de dinero
sacadas del tesoro nacional, clara ignorancia de la Ley de Inmigración que
preveía la cuestión de financiar la instalación de dichas colonias para los
tiempos iniciales de los inmigrantes, sin ser subsidios, sino préstamos.
En la segunda página ya procede a agredir,
subestimar y denostar a todos por igual, a partir de su propia ignorancia,
desde lo poco que pudiera haber observado: refiriéndose a Juan José Lanusse
dice
“...no ha sucedido así,
desgraciadamente, y lejos de servir a su país eficazmente, ha envenenado las
fuentes de vida de la Nación, llevando al Territorio hombres enfermos,
semi-bárbaros, haraganes, sumisos, fanáticos religiosos, que será muy difícil
extirpar o corregir”. Sí, así de crudo es lo que dice de los inmigrantes, y
reiteramos, ignorando del tipo de lugar del mundo desde donde provenían, así
como sus propias historias y culturas.
Por si fuera insuficiente
lo dicho, agrega más veneno a sus palabras un par de párrafos más adelante,
diciendo que “La inferioridad intelectual de esta gente, y su poca energía,
no les permite obtener todas las ventajas que les brinda la tierra. Así es que
la pobreza con sus proyecciones sobre la salud y la cultura, agravan todavía la
situación. Son débiles y enfermizos, se hallan agobiados bajo la usura; y hasta
se les acusa de particular afición a la bebida… Obtienen cereales , pero éstos
en tan pequeña cantidad que apenas bastan para el consumo local… La instrucción
se halla poco extendida, y el número de analfabetos alcanza al 85 % de la
población… Casi todos analfabetos y de marcada inferioridad intelectual…
Parecen gente de orden, y sumisos”.
Entre la llegada de los
inmigrantes a mediados de 1897 y la visita de Basaldúa a Apóstoles, no había
pasado más de 2 años y medio. ¿Cuánto se puede llegar a hacer en ese tiempo con
pocas o ninguna herramientas? ¿Cuánto se puede llegar a producir y construir?
Tomemos estos tiempos del siglo XXI, en que para producir apenas un novillo consumible
lleva como mínimo 4 años, o producir plantaciones de alimentos con sobrante
tras el consumo para supervivencia un período similar, era más que obvio que
sólo producían para el autosustento.
Analfabetos, sí. Del
idioma castellano, seguro, obvio. Hablaban otros idiomas, de los que muy poco a
poco estaban aprendiendo a hablar la lengua local. ¿Cómo pretender que supieran
leer y escribir en la lengua local, si recién habían llegado? No habían
escuelas de adultos, y no las habría por muchos años. Tampoco para niños, que
recién se estaba tratando de tener algún local donde implementarla y tener
alguna maestra. Primero había que construir donde vivir, producir lo necesario
para alimentarse, y luego pensar en producir para vender, vestirse y alfabetizarse.
Obviamente que eran
religiosos, porque era la única “riqueza” que tenían: la Fe. Gracias a ella es
que se animaron a emigrar y dejar todo atrás, con la confianza de que saldrían
adelante. Obviamente que estaban física y psicológicamente débiles, porque los
señores feudales de donde provenían se quedaban con la mitad de lo poco que
producían, y además los tenían sometidos en estado de esclavitud.
Hubiese sido interesante
que este personaje, Basaldúa, volviera unos 10, 15 o 20 años más tarde, para
ver, disculparse y rectificar sus agraviantes palabras para con los
inmigrantes, para ver lo que lograron con mucho esfuerzo y con casi nada, pero
eso lamentablemente, nunca sucedió, y las pérfidas palabras quedaron para
siempre, sembrando una semilla negativa en los detractores en este primer
proceso inmigratorio en Misiones.
En Ucrania ocupada, era
más o menos similar, pero dado que las extensiones territoriales del Imperio
zarista eran mucho mayores, el ejército se constituía en los territorios
ocupados, con tropas que formaban parte de las mismas poblaciones ocupadas, y
los señores feudales o de la realeza rusa no se trasladaban hasta los confines
ocupados, delegando parcialmente su autoridad en las naturalmente lo habían
sido siempre, o sea, los jefes locales de cada nación ocupada. No obstante
ello, el régimen de poder y sometimiento era casi el mismo.
Esta situación se
reproducía casi como un espejo en cada región donde hubiera un imperio con
naciones sometidas a su poder militar, político, económico y cultural.
Y no es lo mismo, y nunca
lo será, hablar de la Europa occidental que de la Europa oriental de esa época
en muchos sentidos.
Cualquiera que investigue
tan sólo un poco, descubrirá que la Europa occidental vivía según los adelantos
tecnológicos de la época, o los iba incorporando, poco a poco, al igual que los
diversos adelantos sociales, culturales, económicos, jurídicos, e incluso, los
más corrientes, como sanitarios o de formas de vestir; a diferencia de la
Europa oriental que vivía en el vasallaje total, con formas de producción
propias de la Edad Media, y con una incomunicación e interacción forzadas.
Aunque Polonia estaba
ocupada por una potencia de la Europa occidental, era mantenida bajo un régimen
similar al de Europa oriental, a fin de que estuviera sometida y sin ánimos de
rebeliones o búsqueda de libertad. Todo trámite, o incluso el ir a la escuela,
implicaba el uso del idioma alemán, lengua oficial del Imperio. Emigrar,
implicaba que el pasaporte no fuera polaco, sino austro-húngaro o directamente
austríaco, y es por eso que, durante el período que va entre 1897 y 1920, los
pasaportes figuraban con esa nacionalidad, y no polaca.
Ucrania, en cambio, estaba
en apariencia menos “sometida”, pero igual de aislada, igual de atrasada y
reprimida. Los inmigrantes ucranianos, figuraban en sus pasaportes como
“rusos”, aunque ellos sabían que no lo eran y así lo hacían saber.
Aún así, ninguno de los
miembros emigrantes de estas colectividades, eran fanáticos nacionalistas.
Muchos de ellos estaban casados con miembros de otras colectividades, y
convivían perfectamente tanto en Europa como cuando llegaron a la Argentina.
Habían parejas constituídas indistintamente por miembros de las colectividades
polaca, ucraniana, judía, gitana, árabe, turcomana o besárabe, entre otras,
debido a que, para evitar los casamientos por cosanguinidad, y con ello, las
taras genéticas, tan sólo buscaban pareja en las aldeas cercanas (vivían
agrupados en aldeas, y trabajaban sus “chacras” de media hectárea por familia,
lo que derivaba en conglomerados de aldeas cercanas ubicadas unas de otras
entre 5 a 10 kilómetros como máximo unas de otras).
Los fanatismos y
divisiones por colectividades se dieron, lamentablemente, tras algunos años de
llegar a estas tierras, por disidencias rituales y lingüísticas, aún dentro de
la misma Iglesia Católica de la época, y no por sentimientos de pertenencia,
porque los matrimonios arribados o contraídos en los primeros años, ignoraban a
qué colectividad pertenecía cada miembro, y más aún, sus hijos.
A nuestros ojos, de hoy,
siglo XXI, si no nos abstraemos lo suficiente y tratamos de “volar mentalmente”
en el tiempo hacia esa época, difícilmente no sea posible comprender cómo era
posible que no entendieran el sentido o noción de libertad, pero si eso es lo
único que se conoce, o sea, la opresión, la esclavitud encubierta disfrazada de
“siervos”, de “súbditos”, de “fidelidad”, entonces no podremos entender lo que
les costó enderezar sus cuellos y espaldas para sentir orgullo de sí mismos,
para no sentir miedo ni vergüenza, para hablar con claridad, para mirar de
frente a quién fuera.
Su primera noción de
libertad a la vez que “lejanía”, fue el encontrarse de pronto en medio de un
campo de 25 hectáreas, que debía trabajar, producir y pagar, y que sería
siempre suyo y de sus descendientes, y que algún día tendrían el Título de
Propiedad, y que nadie se los quitaría.
Con esa primera noción,
llegaron otras: producir lo que se quisiera y cuánto se quisiera, y poder
vender toda esa producción a quien se quisiera o pudiera vender, y así lo
hicieron, sin tener que dar la mitad de lo producido al señor feudal de la
región, porque acá no había nada de eso.
Estar en medio de esos
campos, solos, a la vez que daba un poco de miedo, alentaba a sentir verdadera
libertad, y a vivirla y gritarla.
Es cierto que atrás habían
quedado familiares, amigos y recuerdos, muchos de ellos muy amargos, pero
recuerdos propios al fin y al cabo. Esos recuerdos los acompañarían toda la
vida y se los transmitirían a sus descendientes. Pero también pudieron
construir y generar nuevas vivencias y recuerdos, un nuevo presente y un
porvenir diferente.
La palabra “libertad” nos
parece hoy muy trillada, conocida y poco respetada y apreciada en su real
magnitud, porque la escuchamos desde muy niños, cuando vamos a la escuela y
descubrimos las canciones patrias y el Himno Nacional. Hoy nuestros niños y
adolescentes, además, le han terminado dando otras acepciones, válidas, por
cierto, pero no tan profundas como cuando llegaron los antepasados inmigrantes,
que probablemente ignoraban que existía, y aún su significado mismo. No, la
palabra “libertad” no ha sido “bastardeada”, no piensen eso; sólo que no se la
ha aprendido a sopesar en su verdadero sentido y dimensión, en el costo que
ella ha significado para miles de personas que la han descubierto por primera
vez, tanto en aquellos tiempos, como ahora mismo.
Ese sentido de libertad
tuvo evidentemente sus costos: el desarraigo, la soledad inicial, el trabajo a
destajo, aprender un nuevo idioma y nuevas costumbres, y con el tiempo
asimilarlas como propias (como el producir y comer productos agropecuarios que
les eran totalmente extraños en sus tierras natales, y que ignoraban como
producirlos, como el maíz, la yerba mate, el té, el arroz, la madioca, el
zapallo y muchas otras cosas más).
La noción de libertad
implicaba que sus hijos aprendieran a leer y escribir en el idioma del país, y
por eso, muchos sólo tenían un buen Tercer o Cuarto Grados, y que sus nietos
terminaran la escuela primaria, y si algunos podían, también la secundaria e
hicieran algo más (así nos encontramos con muchos maestros, sacerdotes,
religiosas, y ocasionalmente, alguien que iba a estudiar para ser otra cosa,
como médicos o alguna carrera de armas, por ejemplo).
La siguiente generación,
seguramente estudiaría una carrera terciaria o universitaria, para hacer “la
diferencia”, dando el “paso” normal, lógico y esperado o soñado por esos
primeros inmigrantes, o tal vez no, eso nunca lo sabremos. Aunque aquello de
“mi hijo el doctor” no se diera con los inmigrantes, sí se daría con sus nietos
o bisnietos. Toda una aspiración de libertad, de deseos de superación.
Cuando los deseos se
vuelven realidad, aunque se tarden una, dos o tres generaciones, pero se
logran, con dificultad, esfuerzo, tesón, constancia, sufrimiento y con una meta
que no sólo la sueñe la primera generación, sino también las subsiguientes,
entonces estaremos hablando de adaptación y construcción de libertad.
Si hoy miramos cómo
vinieron, qué traían (o no), que querían y soñaban, cómo vestían, qué tenían en
sus casas-ranchos a los que llamaron “hogar”, si vemos sus sufrimientos, tanto
físicos como espirituales, morales y psicológicos, y los comparamos con nuestras relativas comodidades, lujos,
problemas, y situaciones o complejidades de vida; si vemos sus originales
faltas de libertad y el descubrimiento de la misma, y lo comparamos con la
libertad en que vivimos, pero que nos empeñamos en entregarla a terceros para
que nos sometan a modernas esclavitudes mentales, intelectuales, sociales,
políticas, tecnológicas o jurídicas, y en ese empeño, hagamos nuestro mayor
esfuerzo en no verlo y hasta en negarlo, es que algo no habremos aprendido.
La Libertad, junto con el
hambre y la búsqueda de paz, fueron los motivos por los cuales nuestros
antepasados buscaron desesperadamente emigrar de sus tierras natales,
abandonando costumbres ancestrales, buscando algo mejor. Sólo debemos
recordarlo y ser consecuentes con ese sacrificio, luchando por, justamente,
esos anhelos, porque una vez alcanzados conscientemente, se puede aspirar a
mucho más: progreso, desarrollo, calidad de vida, identidad y felicidad.
Autor: Lic. Jorge Rendiche
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