Habíamos estado jugando al fútbol en la canchita cercana a la laguna Pataco en el barrio San Martín. Éramos un malón de muchachotes que todos los sábados nos reuníamos para gastar las energías entre risas, gritos de euforia y abrazos colmados de amistad, para finalizar la feliz jornada con un chapuzón refrescante en las quietas y mansas aguas. La tarde se recostaba entre la quietud del paisaje arrullada por el canto de los pájaros para adormilarse en el sueño nocturno. Cumplido el ritual sabatino empezamos a separarnos para regresar a nuestros hogares - Iba con mi primo “el Rafa” por el caminito de las piedras que desembocaba en un pequeño hilo de agua. En ese momento la vimos. Estaba parada a pocos pasos, dándonos la espalda, con los pies descalzos metidos en el agua, lucía un vestido blanco y los cabellos negros y largos le daban un aspecto joven y sensual. Una extraña sensación nos embargó cuando sigilosamente nos dirigimos hacia ella y al estar al alcance de nuestras manos, yo intenté tocarle la espalda. En ese instante la niña de la larga cabellera se esfumó ante nuestros ojos. Entonces vimos asombrados como un pájaro negro sobrevolaba el agua y se alejaba hacia el ocaso en vuelo manso y lento, emitió un canto chillante y lúgubre, parecido a una carcajada penetrante. El miedo irriga adrenalina con doble efecto, paralizante primero como el efecto de un veneno que inmoviliza a sus víctimas e instantáneamente actúa como un disparador de la huida. Con el corazón en la boca, salimos en veloz carrera del lugar, cada uno corriendo raudamente hacia su casa. No quise contarle a la abuela (con quien vivía desde la separación de mis padres), de lo sucedido. Tampoco quise cenar. Me acosté y solamente recuerdo que lloraba en silencio. La abuela se acercó pensativa y como siempre lo hacía, empezó a curarme las heridas del alma con las caricias de sus manos delgadas y suaves. Ese gesto santo y cargado de bondad y sabiduría bastó para arrancar la confesión. Cuando terminé de narrar lo sucedido, cálidamente me dijo:- “jamás temas a los muertos, si debes cuidarte de los vivos”-.Después me contó la historia de una chica que se había suicidado, ahorcándose por un problema sentimental en ese sitio. Me cuesta aun hoy descifrar lo sucedido y más aun entender el porqué el Rafa terminó de la misma forma su vida en ese lugar tan apegado a nuestras aventuras juveniles. A veces cuando estoy solo en el cuarto fumando un cigarrillo parece que escucho ese canto lúgubre y me vuelve a envolver el miedo con un abrazo que indefectiblemente termina en lágrimas.
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